sábado, 20 de julio de 2013

El Tratado McLane-Ocampo

Transcribo un fragmento del valioso libro del Profesor Arredondo: Historia universal contemporánea (págs. 231-232) para deleite de todos aquéllos que aman el libre pensamiento:
d) El Tratado Mac Lane-Ocampo
I. Son polvos de aquellos lodos
     La reacción, la mochería santannista, desde los tiempos que estamos narrando, hasta nuestros días, como impotente protesta ante las Leyes de Reforma, ha hecho creer a los incautos, que el Tratado Mac Lane-Ocampo fue una traición para México, o por lo menos, un Tratado lesivo para el país.
     Todo ésto es falso. En primer lugar, el susodicho Tratado no fue obra ni de Melchor Ocampo ni de Benito Juárez ni de ningún miembro del Partido Liberal. Fue una funesta herencia de Santa-Anna que gobierno tras gobierno se fue pasando, como lumbre ardiendo, sin que ninguno de los gobiernos mexicanos anteriores a Don Benito se hubiese atrevido a poner un “hasta aquí” a las ambiciones de los gobernantes yanquis en turno, mismos que habían utilizado, como pretexto para sus ambiciones, las concesiones territoriales motivo de dicho convenio.
     El recto presidente de México José Joaquín de Herrera pretendió cancelar dicho acuerdo en 1850, pero los estadounidenses se opusieron.
     En cambio, su sucesor, Mariano Arista, aceptó, como válido, el convenio, y vino a reforzarlo, en 1853, el general Lombardini, de tal manera, que cuando Santa-Anna regresó en 1854 a realizar la venta de La Mesilla, y todo hace suponer que también iba a hacerlo con la Baja California, el asunto de Tehuantepec casi se consideró resuelto por parte de los norteamericanos. Pero la rápida, imprevista salida, más bien, precipitada fuga del cojo correlón, dejó a los norteamericanos “con un palmo de narices”.
     Y al fin llegamos al período inmediatamente anterior al Tratado Mac Lane-Ocampo; es el año de 1858. Existen dos presidentes, el presidente constitucional don Benito Juárez, y el “presidente” nombrado por la soldadesca, Félix Zuloaga. Un enviado del gobierno norteamericano, John Forsyth, después de “semblantear” a los dos presidentes, encontró que, aun cuando don Benito Juárez era el legítimo, la austeridad y patriotismo de éste, no permitirían tratados que amenazaran la integridad del país. En cambio, a los primeros sondeos, encontró una actitud excesivamente ... “amistosa” en el general Félix Zuloaga y socios conservadores. Entonces les propuso Forsyth, no solamente lo mismo que ya había aceptado  Santa-Anna, a saber, el libre paso de tropas norteamericanas a través del istmo de Tehuantepec, sino la compra-venta de la Baja California a un precio que se determinaría en su oportunidad, a todo lo cual accedieron los conservadores, poniendo solamente, como única condición, que el gobierno de Zuloaga fuera reconocido oficialmente por los Estados unidos, lo cual aceptó Forsyth. Como puede verse fácilmente, no son los liberales de Juárez los que merecen la dura crítica, sino los conservadores.
     Sin embargo, el presidente James Buchanan, para fortuna de México y de don Benito Juárez, cuyo gobierno hubiera quedado en un aprieto, no reconoció al gobierno conservador, y tampoco aceptó los acuerdos sobre Tehuantepec y la Baja California tenidos entre John Forsyth y Félix Zuloaga.
     El presidente Buchanan se dio cuenta de que, no obstante algunos triunfos militares, el porvenir político le pertenecía a don Benito Juárez. Desde luego, de su parte estaban la legalidad, el orden constitucional, mismo que no se había alterado porque seguía, con solidez de granito, el mismo presidente actuando por mandato constitucional, la misma Constitución, el mismo gabinete y el mismo Congreso de la Unión. En cambio, todo entre los conservadores, era espurio.
     Todos estos antecedentes fueron inteligentemente utilizados por don Benito, y envió a los Estados Unidos a dos de sus hombres más capaces, don Miguel Lerdo de Tejada y don José María Mata. El primero trató de contratar un empréstito urgentísimo para el paupérrimo gobierno de Juárez, pero no tuvo éxito: el marrullero Buchanan quería coger contra la pared al gobierno de Juárez, y nada mejor para su regateo, que el negarle a don Benito lo que más le urgía, dinero. Por fortuna el indomable Santos Degollado, alcanzaba una serie sucesiva de victorias en San Luis Potosí, Durango, Támpico y Guadalajara. Además, los liberales controlaban todos los principales puntos de acceso hacia los Estados Unidos, tanto en la frontera, como en el Golfo de México. Todo ésto le hizo entender a Buchanan de qué parte se inclinaría el triunfo, y le puso como única condición a don José María Mata, el enviado por Juárez para obtener el reconocimiento de los Estados Unidos, que el ansiado reconocimiento dependería del informe confidencial que le enviaría el nuevo embajador extraordinario enviado en lugar de Forsyth; este embajador extraordinario respondía al nombre de Robert Milligan Mc Lane o Mac Lane.
     A su vez don Benito nombró, para las pláticas, al culto e inteligente don Melchor Ocampo.
     Don Melchor Ocampo excluyó, ante el disgusto de Robert Milligan Mac Lane, todas aquellas cláusulas que éste quería imponer, y que, según don Melchor Ocampo, resultaban lesivas para México. Entre estas cláusulas se encontraban las traidoras, asquerosas cláusulas de Santa-Anna, Ceballos, Lombardini, etc. y las aceptadas, con sospechoso apresuramiento, en ese mismo año de 1859, por el propio presidente espurio Félix Zuloaga.
     Lo que tuvo qué aceptar Ocampo, fue lo mismo que ya habían aceptado los presidentes constitucionales de México: el libre paso de ciudadanos (no soldados) norteamericanos por el istmo de Tehuantepec, y en general por cualquier parte del territorio nacional.
     ¡Lo que son las cosas! Hoy los gobiernos mexicanos, a través de sus oficinas de turismo, (ya hay hasta una Secretaría) invitan por todos los medios a los ciudadanos norteamericanos a que visiten libremente nuestro país, y lo transiten por donde se les dé la gana, incluso el Istmo de Tehuantepec. Por lo demás, se trata de una magnífica acción de cordialidad, de buena vecindad y que le deja al país, repartidas entre muy diversos sectores, cuantiosísimas y honestas ganancias.
     O dicho de otra manera: el Tratado “Melchor Ocampo-Mac Lane”, ha quedado rotundamente anulado y superado por la actual propaganda a favor del Turismo norteamericano.

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